A veces, llegamos al límite sin darnos cuenta de cuánto hemos soportado. Aguantamos, justificamos, minimizamos. Pero luego, llega esa gota—pequeña, insignificante en apariencia—que lo cambia todo. No es el enojo ni el cansancio lo que nos hace reaccionar. Es el hartazgo acumulado, la voz interior que finalmente se atreve a decir: _hasta aquí_.
Y bendita sea esa gota. Porque nos abre los ojos, nos obliga a reclamar nuestro espacio, nos enseña que el amor propio también implica poner un alto. No siempre es fácil, no siempre es cómodo, pero siempre es necesario.
Así que si el vaso se derramó, no lo veas como una pérdida, sino como una oportunidad. Es el momento de reconstruir desde el respeto, la claridad y la convicción de que mereces relaciones y situaciones que sumen, no que desgasten.
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